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LAS PRIMERAS FRONTERAS CRITICAS DE LA GAUCHESCA | Imprimir |  E-mail

Las expresiones de la criolledad, desde las literaturas indígenas -por cierto que hacia fines del siglo XIX muy poco o casi nada investigadas- hasta la poesía gauchesca, para el pensador uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) no tienen mayor interés y hasta son reducidos a un rincón, a una especie de subliteratura. Bartolomé Hidalgo es un poeta popular y democrático, dice, pero reproduce o "crea" el lenguaje de los gauchos, que altera la norma castellana. En 1896, reseñando la Antología de poesía hispanoamericana, de Marcelino Menéndez y Pelayo, escribió que Hidalgo "creaba la forma en la que hubiera podido cantarse la "epopeya de la montonera".- Merced a él, además de llevar la representación de las aspiraciones democráticas y de los instintos indómitos del pueblo por nuestro modo de colaboración en el drama revolucionario, fuimos también demócratas, pleveyos, en literatura". Pero los versos del precursor de la gauchesca fueron "rudos", es decir menores, despreciables como "alta" literatura .


En los distintos estudios sobre el amanecer de la literatura rioplatense, que al fin juntó y retocó en el ensayo "Juan María Gutiérrez y su época", propuso al poema de Esteban Echeverría La Cautiva como el primer caso válido por cuanto le compete "la obra de nacionalizar el espíritu de la poesía en que florece la cultura urbana y ennoblecer la forma del verso inspirado en el sentir agreste del pueblo" (O.C.: 715). Justamente por eso: porque Echeverría habla de la vida brava de estas tierras y escribe y poetiza en un castellano normativo, sin condescendencia con el lenguaje tosco de los habitantes del país, apenas con algún vocablo que ofrece la sensación de atmósfera. En cambio, Hidalgo se mueve en la esfera "bárbara" de las costumbres y del lenguaje, y "sólo muy superficialmente reflejaba el sentimiento popular". Rodó entendía por "pueblo", claro está, una homogénea abstracción compuesta de ciudadanos blancos, republicanos y de habla castiza.


Los ecos del Facundo, Civilización o barbarie (1845), de Domingo F. Sarmiento son los que resuenan en las concepciones sobre la literatura y sobre el habitante de la campaña de este discípulo de la tradición intelectual portuaria y romántica. Compárese, al respecto, el dictamen del intelectual uruguayo Juan Carlos Blanco (1846-1910), al que Rodó veía como uno de sus respetables mayores. Para éste, Facundo es un libro original que se impone sobre el presente en el que escribe y, "como estilo, es un trabajo de la más elevada oratoria, llenado por un inimitable actor" . El personaje real que inspiró a Sarmiento, el gaucho, fue "el chieftain de las cuchillas uruguayas y de la pampa argentina, está muerto y bien muerto" (op. cit.: 271). Rodó, en 1898, en una de las muchas oportunidades en que se refiere a este libro y su autor, escribe que "el Facundo, (...) es el más poderoso esfuerzo aplicado a desentrañar la filosofía de nuestra historia y la más original creación de nuestro arte" (O.C.: 992).


Rodó verá con desdén, con temor o con piedad -o con las tres cosas juntas- al gaucho, pero no lo considerará, como Sarmiento y su alumno Juan Carlos Blanco, un ejemplar cuasi animal. En tal sentido, su interpretación, que se lleva a cabo cuando el gaucho ya no existe, cuando se ha transformado en peón o en hueste para el caudillo, se adelanta a la beatificación que llevara adelante Lugones de este tipo humano y de la literatura que se le consagró (sobre todo del Martín Fierro), en las conferencias dictadas en Buenos Aires en 1906. Alcanza con revisar sus notas, pero en particular las que apunta en el prólogo a Narraciones, de Juan Carlos Blanco Acevedo: "El gaucho es, para cualquier artista observador, una realidad que ostenta a flor de aire -casi sin corteza prosaica- su porción natural de poesía. Hegel hubiera reconocido en él la planea realización de aquel carácter de libérrima personalidad, de fiereza altiva y triunfante; que él consideraba como el más favorable atributo del personaje que ha de ser objeto de adaptación estética". Y concluye que al gaucho, ya proscripto de la tierra, "el arte de América, debe recogerlo cariñosamente en su regazo" (O.C.: 990).


Dicho en otros términos, aunque resulta evidente su propósito: sólo muerto el gaucho se puede comenzar una literatura sobre él. Mientras duró y puso al descubierto las contradicciones del capitalismo periférico y las insuficiencias de un conglomerado de países que había contribuido a liberar, mientras paseó su figura y su rudo lenguaje -al que, según Rodó, Hidalgo intepretó como en espejo-, entonces no había posibilidad para las superiores e ideales categorías del arte. En un libro fundamental, Beatriz González Stephan ha demostrado la influencia decisiva del pensamiento hegeliano en América Latina: "El sentido hegeliano de la "inmadurez" de América y sobre todo del hombre americano apunta a que como ha vivido en contacto con esa naturaleza se ha visto alejado de la libertad. Por ende, el espacio natural de la negociación de la "razón de ser", así como de la posibilidad de tener historia, evolución, progreso y hacerse "libre.


No es de extrañar que el pensamiento liberal en la América Latina haya forjado la conocida tesis de "civilización" y "barbarie" dentro de los marcos de esta filosofía europea. También se pensó el continente americano como el cuerpo y a Europa como el espíritu. Todos estos esquemas están articulados sobre una base hegeliana" No sólo Sarmiento se vincula -o crea él mismo- alguno de estos esquemas. También Rodó se anexa a ellos, a través de Hegel y de Sarmiento, en relación al gaucho, la gauchesca y los orígenes necesarios de una literatura nacional. Estos elementos fueron imprescindibles para la construcción de un proyecto liberal conservador, que rigió airoso durante gran parte del siglo que ahora expira. Revisar este canon, a la luz de las categorías actuales, parece ser una de las mayores responsabilidades del crítico y el académico latinoamericano.


(Hegel, Sarmiento, Rodó) - Pablo Rocca
é Crítico Literário e Professor de Literatura na Universidad de la República, em Montevideo