COSAS DE GURÍ |
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En la subida de Pena No era fácil vivir en aquel inmenso mundo de naturaleza irregular que había creado Dios en el límite mismo de dos pueblos, como haciendo del hecho de salvar estos obstáculos naturales, el costo que deberían pagar uruguayos y brasileños para convivir amistosamente. Entre esos matorrales de la Cuchilla Negra, donde el Rubio Chico baja arrastrando cantos rodados para arrojarse más adelante en los brazos del Lunarejo, en essos lugares de sierras y quebradas, de grutas y de pavas, de cuchillas y cerros, tuve la felicidad de haberme criado. Me encuentro como un gurí de campaña, sano, resistente a las inclemencias, alegre, travieso, inquieto, temeroso de las ánimas que velaban las siestas y los temores de mis mayores, pero seguro y confiado en que aquel era mi reino y yo, su dominador absoluto. Los temores también eran propios del medio: La Gruta de los Negros , donde se refugiaban esclavos "fugidos" del Brasil, en busca de su libertad, y al haber encontrado algunos la muerte, se decía que sus almas deambulaban por los montes como fantasmas. Muchos contrabandistas, dispuestos a cualquier cosa, que eran capaces hasta de llevar un gurí para vender. El cura del paso del Rubio Chico; la mujer de blanco del paso del Lunarejo. Y algunas otras leyendas, conformaban lo que me impedía actuar más libremente, porque en realidad esas eran historias propias de mayores, oídas por mí en aquellas eternas y aburridas visitas de vecinos, en las que yo debía estar presente sin hablar, sin moverme, como el mejor ejemplo de criación. Pero volviendo a lo vivido, fue todo tan hermoso, que entre lo real y lo imaginado perdura la confusión que hace de aquellos momentos lo más maravilloso. Mis actividades eran de lo más variadas. Entre mis juegos y pasatiempos de niño, alternaba la escuela de La Palma , con algún viaje cansador, pero lleno de sorpresa, como los que hacía acompañando a mi padre a caballo hasta La Rosada, por entre la sierra, para traer algún surtido más barato comprado en el almacén de Don Lorenzo , adornado con sus anécdotas, golosinas y conocimiento de algún nuevo personaje que merodeaba por las "redondezas". Pero mis responsabilidades debía cumplirlas siempre y a diario: cambiar caballos de piquete, traer las vacas de ordeñe, algún mandado a un vecino cercano, en fin, de todo un poco. Pero lo que más me apasionaba era traer los terneros de las vacas de ordeñe para "la encierra" , solo así podríamos tener leche a la mañana siguiente. Recuerdo que eran varias vacas las que se ordeñaban; y las dividíamos en vacas mansas de segunda o de tercera cría y las vacas nuevas en amanse de primera cria - más trabajosas, más ariscas, y que se mantenían más retiradas y a veces hasta medio escondidas. No puedo olvidarme de la vaca Primavera, o de Esperanza, o de Manchita, probablemente las más viejas y las más mansas. Eran las que se arrimaban casi solas a nuestra casa a media tarde, porque en invierno contaban de tanto en tanto con alguna ración de avena de corte y rama de maní. Pero nunca, eso sí, nunca me olvidaré de la vaquita de primera cría comprada ya cubierta y "llegadita a dar cría"a la que bautizamos Bordada, porque tenía sobre el lomo una franja blanca y lucía unas pinceladas coloradas. El día que dio cría, un hermoso ternero macho llamado Lucero, mi padre dijo: _ Ahora sí tendremos leche en abundancia, porque Bordada es cruza con ganado lechero que trajo el viejo Arocena a prueba -. Bordada, como vaca nueva y arisca, se internaba en aquellas grutas y había que sacarla; gracias a que mis perros Sarandi y Preguntale la olfateaban de lejos, y así nos internábamos en busca de Bordada y Lucero entre montes, charcos y lagunas. Y eso era todo una aventura, porque nunca faltaba alguna torcaza para probar la puntería, o la búsqueda de algún nido o un remojón en esos días primaverales, en un remanso escondido del Rubio Chico. Pero uno de esos días, cuando ya Lucero empezaba a tener más fuerzas y emprendía sus disparadas y juguetonas carreras, la tarde se me hizo más larga que de costumbre: Yo corría atrás de Lucero y él corría más; cuando lograba juntarlo con la vaca él volvía a disparar y no era fácil alcanzarlo, por mejor caballo que fuera aquel criollo gateado que papá me había regalado para ir a la escuela. Fue aí que, cansado de tanto ir y venir, sofocado por el calor húmedo de entre los cerros, decidí darme un chapuzón en mi lugar proferido, bajo una pequeã cascada, rodeada de cantos rodados y agua cristalina, desoyendo los consejos de mi madre que siempre decía que no se dejaba para tarde los baños en el arroyo. Mi grado de cansancio era tal que me desnudé y me tiré en el remanso que no era hondo, pero sí maravilloso. El impacto con el agua fría fue como un bálsamo que me hizo permanecer quieto, tratando de entretenerme con las mojarritas que iban y venían. Me sentí mejor y me entró una profunda calma; miré hacia arriba y las ojeras de sol me daban en el rostro, pero un destello muy grande me confundió en aquel momento. Me sobresalté y logré decir: Quéeeee? Del destello surgía una voz que me hablaba y decía:
Me sentí mareado y parecía que estaba soñando; apenas recordaba ese nombre, no sabía si era vivo o muerto, si era persona o alma. Atiné a vestirme y buscar mi caballo que se encontraba lejos del lugar; mis fieles perros se habían esfumado. Un temblor me recorría todo el cuerpo. Con los últimos rayos del sol primaveral pude regresar a casa con Bordada y Lucero. Quinca Serpa me iluminó con su aparición y experiência...
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